
No somos ajenos a la evolución. Aún podemos experimentar cambios que nos permitan seguir adaptándonos al entorno. Eso sí, nuestra especie es la única que potencia el proceso con implantes y ajustes genéticos.
Por ejemplo, en su trabajo ya clásico El hombre mutante, en el futuro todos seremos macrocéfalos. El tamaño de nuestra cabeza será mayor porque, según advierten, “tendremos un cerebro más grande, con una frente y capas corticales más amplias”. Y no será el único cambio anatómico que se observará en al menos una parte de nuestros descendientes.
Muchos investigadores coinciden en que los humanos del futuro probablemente carezcan de ciertas estructuras corporales que han perdido su función o que, hoy por hoy, causan más problemas de los que los resuelven. Este podría ser el caso de las amígdalas,compartirán destino con las denominadas estructuras vestigiales de nuestro organismo: las muelas del juicio, el coxis –último legado de una primigenia cola– y el apéndice, una peculiaridad más propia de los herbívoros, pasarán a mejor vida.
El reloj biológico del Homo sapiens tampoco es inmune a las adaptaciones, y en unas décadas probablemente experimente transformaciones radicales.En un estudio publicado un investigador sostiene que hacia 2050 los humanos viviremos unos cuarenta años más que en la actualidad y tendremos menos hijos y en edades mucho más avanzadas, un proceso que se simultaneará con un aumento de la capacidad cerebral.
El transhumanismo, un fenómeno que contempla el aumento de nuestras capacidades físicas e intelectuales, ya está en marcha. La selección artificial ha dejado atrás a la natural.
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